
EMANUEL ETCHEVERRY: EL JOVEN ENTRE
DOS MUNDOS
En los ensayos acompaña, en la Hora Santa transfigura y en su música vuelca tanto la desolación como la alegría. Emanuel Etcheverry, un cantautor, que vive entre silencio y la voz.
Por: Ma. Luján Gómez Sarsa
El salón está lleno de voces que buscan un mismo acorde. Todos ensayan sentados en el piso, con carpetas abiertas y letras subrayadas, sonrisas que van y vienen. En una esquina, Emanuel, canta despacio, como probando su propia voz antes de dejarla sonar.
Alguien se equivoca en la estrofa. Un silencio breve. Emanuel sonríe, apenas levanta la ceja, y corrige con un gesto de la mano, como si acariciara el aire. “Tranquilos —dice—, volvemos desde el inicio”. Y su tono no suena a orden, sino a invitación.
Emanuel Etcheverry: “Al final, lo que quiero es contagiar
la alegría del Evangelio. Que mi vida entera sea, de
verdad, una canción de amor”.
Foto: Emanuel Etcheverry
“Redescubrí mi vocación en 2019, en la Jornada Mundial de la Juventud, en Panamá”, cuenta después, con la misma calma con la que canta. “Había una canción que decía: ‘que mi vida entera sea una canción de amor para ti’. Y ahí entendí que lo mío era cantarle a Dios”. Desde entonces camina como cantautor independiente, con la intención de que su música también sea un puente.
En Hakuna encontró un hogar. Durante la Hora Santa, cuando canta, algo cambia. La voz, suave y dulce en la charla, se vuelve honda, luminosa, capaz de llenar una sala. No es un cambio brusco, sino una transfiguración: el muchacho tranquilo que sonríe bajo y escucha más de lo que habla se convierte en una de las voces que más se escuchan en Hakuna Buenos Aires. Sus amigos lo saben: mientras sostiene una melodía, una amiga apoya la mano en su hombro como quien confirma una certeza —la de que ahí, en ese instante, algo verdadero se está diciendo.
Su música nace de las cimas y de los abismos: de la desolación que lo llevó a sentirse “despojado de todo” y de la alegría que lo empuja a escribir oraciones hechas canción. “El año pasado pasé por un momento de desolación profundo. Me sentí alejado de Dios, pero al mismo tiempo cerca”. Es en ese vaivén donde se teje su obra. “La inspiración nace mucho desde la desolación”, confiesa, sin dramatismo, como quien habla de un terreno conocido.
"Hakuna es familia. Me ayudó a volver a enamorarme
de la Eucaristía. No cantamos por cantar, sino porque
cada canción tiene fundamento: Jesús", sostiene
Emanuel.
Foto: Francisco Miller.
Hakuna es para él más que una agrupación: es familia. Una familia eucarística que lo ancla en la fe y le recuerda que no se canta porque sí, que cada letra tiene un fundamento. Comparte horas santas, silencios y birras. En ese ámbito comunitario, Emanuel afirma que encuentra pertenencia, un refugio donde no todo es creación, sino presencia. No todo es grabación, sino un abrazo invisible. Ahí, entre guitarras y voces jóvenes, encontró también un lugar donde la música se convierte en compañía. Y aunque no escribe canciones para el movimiento, su presencia es central: una voz clara, reconocible, que sostiene.
“Cantamos lo que vivimos y vivimos lo que cantamos”, resume. Para Emanuel, esa es la clave: que cada canción tenga su propio proceso, que se rece y se trabaje, que no sea un contenido vacío. “Si Jesús está en el centro, todo sale bien”, dice, convencido de que ahí está el corazón de todo.
Él mismo lo dice: vive “entre dos mundos”. Por un lado, el de su camino artístico, donde graba y produce canciones de alabanza, experimenta con melodías, versiona textos antiguos como la oración de Ignacio de Loyola o busca abrir espacio al worship dentro de la música católica. Del otro, la vida comunitaria, donde cantar es una forma de estar con otros, de volver a enamorarse de la Eucaristía, de compartir un fuego que arde en plural. Los dos mundos no siempre coinciden, pero sí dialogan y se nutren.
Ese cruce de mundos se volvió visible en “Lo que mueve”, canción nacida en una escapada a la Patagonia, que lo acompaña en su relanzamiento como artista. “Habla de Jesús vivo, de la Eucaristía, de la transfiguración. Y en cierto modo, también de mi propia transfiguración. Cuando canto, siento que me voy transformando en algo más grande que yo mismo”.
Hay algo contagioso en su pasión: no el fervor estridente, sino un ardor suave, persistente. Emanuel habla de fe como de aire que no se ve, pero sin respirar no se vive. Y su voz, con todas sus imperfecciones —errores en ensayos, palabras olvidadas, notas que dudan— también es perfecta en su verdad. Porque lo que mueve Emanuel no es solo la música, sino la fidelidad al silencio primero, al momento íntimo, al “entre dos mundos” que lo sostienen. Y es eso lo que lo hace presente, en cada nota, en cada ensayo, en cada canto. Cuando termina la performance, se va solo, en silencio, casi como se fue transformando su voz. Pero después regresa, sonriente, para sumarse al grupo que lo espera para ir a tomar unas birras.
Y quizás ahí esté su secreto: Emanuel está entre dos mundos, pero a la vez es dos mundos. El de lo personal y el del canto. El silencio y la voz.
“Pero lo que transmitimos no es solo fe: también
buscamos emocionalidad, porque la fe también es
emoción", expresó Emanuel Etcheverry.
Foto: Emanuel Etcheverry


